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  • que la izquierda política haya dejado en manos de los conservadores el estudio de esta clase de asuntos constituye una de las tragedias culturales más importantes de los últimos cincuenta años.
  • sería una estupenda noticia que la izquierda reclamara de nuevo este escalafón simbólico y se abriera a cuidar la herencia y la conservación de nuestro pasado. Pues conviene no olvidar que este último tiene la mala costumbre de acecharnos cada dos por tres.
  • el racismo, por ejemplo, está siendo reformulado como una simple política propia de la identidad blanca por parte de aquellos que desean explotar las disputas sociales y fomentar las guerras culturales. 
  • Tenemos que buscar formas de preservar los estratos de sentido que atesoran nuestros monumentos y nuestra ciudad, con el fin de convertir ciertos elementos hoy conmemorativos en hitos de la vergüenza, monumentos capaces de alterar el valor del pasado sin renunciar por ello al valor evidencial que encarnan dentro de la esfera pública. Sin un planteamiento así, existe el riesgo real de que, en nombre del progreso, allanemos el camino a un peligroso populismo buenrollero en el que la verdad –incluida la verdad arquitectónica– acabe siendo lo que nos venga en gana.
  • Si falsificamos o destruimos esas evidencias, ¿cómo podremos aprender de ellas o protegerlas contra quienes desean aprovechar esa ausencia para usarla en nuestra contra?
  • “No hay nada en el mundo más invisible que un monumento”, escribía el escritor austríaco Robert Musil en 1927 en alusión a la falta de interés que nos despiertan las numerosas estatuas que pueblan calles y avenidas. 
  • sigue perdurando el malentendido de que estas estatuas que nos acompañan desde tan antiguo en la esfera pública corresponden a encargos emitidos por lo general por el propio Estado a nivel nacional o bien concretados en virtud de un clamor popular vinculado a algún tipo de suscripción. Y, desde luego, esto es lo que ocurría en algunos casos, pero con mayor frecuencia el procedimiento era muy distinto. Aunque en la actualidad la inmensa mayoría de estos monumentos se encuentran gestionados por los gobiernos locales o nacionales y sus agencias correspondientes, durante los siglos XIX y XX, los fondos destinados a sufragar tales monumentos procedían de grupos de interés imbuidos de una motivación política y cultural especialmente aguda. […] suelen ser con frecuencia representaciones de intereses parciales y privados, en detrimento de la voluntad pública mayoritaria.   
  • Necesitamos comprender el impacto de este pasado en el mundo actual y las consecuencias vividas hoy por siglos de discriminación. 
  • Los verdaderos temores de la clase dirigente no conciernen a las estatuas, una canción o al título de un cuadro, sino a la posibilidad de que se cuestione con éxito su visión parcial e interesada de la historia. 
  • Lejos de que la izquierda emprenda una campaña de censura, son las prácticas de la derecha las que están desplazando la ventana del discurso político aceptable –la ventana de Overton– tan a la derecha y tan rápido como se pueda. En estas guerras de posición gramscianas existe la determinación de aplastar la supuesta hegemonía de la izquierda en el sector cultural. 
  • debemos advertir a aquellos en la izquierda que niegan que los monumentos forman parte de la historia que abogan por un barrido total del paisaje conmemorativo existente. Están equivocados. Porque, a pesar de todo el cinismo y la hipocresía y del propio historial de borrado del Estado, los monumentos nos ayudan a comprender el pasado. Son registros históricos. Cómo darles sentido no es sencillo…
  • existe el potencial de una política de buena fe de “mantener y explicar”, una política que convierta los lugares de honor en sitios de una vergüenza de la que podamos aprender. 
  • las guerras culturales sobre suelo británico han comenzado a apuntar con el dedo a la forma y aspecto de nuestras ciudades. La derecha alberga un odio visceral por el modernismo, pues lo asocia con el socialismo democrático y los acuerdos de posguerra que hicieron posible el estado del bienestar. De este modo, el asalto de los conservadores a la arquitectura es tan simbólico como real. Constituye un deseo de reventar el relativamente exitoso mosaico cosmopolita de las ciudades interiores británicas, expulsar las barriadas de trabajadores hasta los suburbios y reconstruir los cascos urbanos como una especie de fincas de placer reservadas a los más privilegiados, despojadas de tanta disonancia. Representa el anhelo de borrar la evidencia arquitectónica que muestra ante nuestros ojos hasta qué punto construir una sociedad alternativa no solo es posible, sino que fue un proyecto consensuado –aun con sus imperfecciones– por las democracias occidentales entre los años cuarenta y setenta del pasado siglo. Supone, por tanto, el intento de anular cualquier futuro más igualitario y plural. Lo que está en juego aquí es la supresión de una arquitectura que encarna honestamente las ambigüedades, complejidades, y tribulaciones, de la vida urbana contemporánea. 
  • la intención de estas propuestas es socavar los avances progresistas generales derivados de la modernidad y esconder bajo la alfombra los vínculos, mucho más estrechos, del tradicionalismo arquitectónico con formas de gobierno autoritarias. 
  • las cifras del censo y todas las demás pruebas genuinas demuestran indiscutiblemente que, fuera de Irlanda del Norte, la segregación en el Reino Unido ha ido disminuyendo, no aumentando.
  • Cuando tu arquitectura no tiene cabida dentro del perfil urbano, suele ser porque tú y tus semejantes sois quienes despertáis las mayores suspicacias. 
  • la restauración de la arquitectura por sí misma nunca puede poner fin a los conflictos. Si se lleva a cabo de forma apresurada, creando réplicas perfectas del pasado antes del conflicto, se corre el riesgo de eliminar cualquier memoria tangible y material de la injusticia original o expiación, que son fundamentales para alcanzar la verdad y la reconciliación.
  • No podemos aprender del pasado de manera que evitemos futuros conflictos si no podemos confiar en las pruebas materiales y en el archivo físico que la arquitectura proporciona a la historia. 
  • Existe el peligro de que los activistas presten demasiada atención a las mentiras y manipulaciones de monumentos y estatuas como los lugares más obvios de destilación ideológica, en lugar de cuestionar el poder más oculto del entorno construido, más amplio y que, a largo plazo, puede resultar más insidioso. 
  • Al centrarnos en los monumentos como manzanas podridas individuales, podemos estar dejando de lado las consecuencias de este legado mucho más amplio, sistemático y social de discriminación continuada. Debemos asegurarnos de que miramos en la dirección correcta. 
  • En lugar de aceptar, sin rechistar, una nueva ola iconoclasta, las transformaciones inteligentes pueden decir verdades sin destruir las pruebas auténticas de la historia. 
  • La verdad y la historia deben primar siempre sobre la memoria. 
  • Tenemos que asegurarnos de que nuestro entorno físico refleje fielmente la vida de todos, no solo de unos pocos elegidos, y no dejar que los totalitarios nos induzcan a una peligrosa indiferencia respecto a la diferencia entre lo real y lo sucedáneo.

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About Antonio García Maldonado

Antonio García Maldonado (Málaga, 1983), es analista y consultor político. Actualmente es asesor político y redactor de discursos de la Ministra de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación de España, Arancha González Laya. Es ensayista, autor de El final de la aventura (La Caja Books, 2020), editor y ocasional traductor. Junto al jurista Antonio Garrigues Walker ha publicado Manual para vivir en la era de la incertidumbre (Deusto, 2019, 5 ediciones) y Sobrevivir para contarla. Una mirada personal a la pandemia y al mundo que nos deja (Deusto, 2020). Ha sido asesor político y escritor de discursos del presidente Pedro Sánchez durante su primer Gobierno. También ha sido asesor en el Gabinete del presidente del Senado de España para el filósofo y presidente de la Cámara Alta Manuel Cruz. Ha sido analista jefe del servicio de riesgo-país de la consultora internacional LLORENTE & CUENCA (LLYC), además de consultor en América Latina, región en la que ha vivido intermitentemente los últimos años. Fue Business Intelligence Manager de la consultora The Search Group, en su sede central en Belgrado (Serbia). Es crítico de libros de no ficción de El Cultural del diario El Mundo, donde también escribe como analista de política internacional. Ha colaborado o colabora con regularidad en El Confidencial, The Objective, El Cultural y El Asombrario. Es también editor externo en el Grupo Planeta y redactor de informes literarios en la editorial Acantilado. Ha traducido, entre otros, a Francis Fukuyama, Jonathan Haidt, Bob Woodward, al marqués de Sade, William Kotzwinkle, H.D. Thoreau o Norman Mailer, cuyo libro ‘Miami y el sitio de Chicago’, prologó. Ha prologado la más reciente edición de ‘Viaje a la aldea del crimen’, de Ramón J. Sender. Fue traductor becado del Colegio Internacional de Traductores Literarios de Francia, en Àrles. Antes de eso, fue librero y se licenció en Economía.

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