Cien años de soledad digital (El Subjetivo)
Del teletrabajo se ha dicho ya casi todo. Se han analizado los pros y los contras, pero siempre con la resignación de quien sabe que, esta vez, no se trata de elegir su implantación, sino de cómo hacerlo: pandemia y movimientos económicos y tecnológicos de fondo obligan. Para unos, teletrabajar es un lujo de empleados cualificados e integrados en las dinámicas de la economía del presente y del futuro. Otros, en cambio, estiman todo lo contrario, y creen que si puedes teletrabajar, eres prescindible o, desde luego, no tan importante. Si fuéramos realmente vitales, dicen, estaríamos entre los pocos a los que nuestros jefes nos piden ir a la oficina, donde realmente se toman las decisiones importantes. Aunque, seguramente, habrá tantos casos como sectores y empresas, y es difícil extraer conclusiones contundentes e inequívocas. El CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, resumió este punto de vista diciendo la semana pasada que «el teletrabajo no puede ser el futuro» ya que «mata la innovación, el trabajo conjunto de los equipos y el compartir experiencias».