Toda vida se sostiene en alfileres. También la vida profesional y la intelectual. Esos pies de barro de cualquier construcción humana quedan mucho más expuestos en el nuevo contexto de hipercomunicación, donde todo se graba y deja rastro. Es habitual en el gremio de la comunicación política escuchar que, hace no muchos años, había una diferencia muy clara entre los discursos políticos de ámbitos menores –como la inauguración de una carretera en una comarca remota– y aquellos que versaban sobre grandes asuntos y estaban destinados a audiencias amplias. Hoy, esa frontera se ha difuminado, y cualquier discurso es susceptible de traspasar su ámbito, generar reacciones –positivas o negativas–, engrosar la hemeroteca y, por lo tanto, convertirse en un fardo que reduce la capacidad de maniobra. De ahí que pueda decirse que los discursistas deberían compartir lema con los médicos: Primum non nocere (lo primero es no hacer daño, o no meter la pata). A partir de ahí, todo lo demás.